jueves, 11 de septiembre de 2014

Los niños del País de Nunca Jamás

Ya tenemos nombre oficial. Nos llaman los millenials. La generación Y. Los nacidos entre principios de la década de 1980 y comienzos de los dosmiles. Los sucesores de la generación X (no había presupuesto para nombres más originales). La generación perdida, como los niños de Nunca Jamás.
Somos esos niños que dejaron de ser niños cuando empezaron a enviar los primeros SMS, que eran como el colmo del avance tecnológico a nuestros ojos púberes. Los que daban toques en el Messenger sólo por fastidiar. Los conejillos de indias de las redes sociales, y de tantos y tantos experimentos educativos, universitarios y de niveles inferiores.  Los que todavía quedaban timbrando en los portales de los amigos y no enviando un WhatsApp.
Ahora los millenials hemos dejado atrás los locos años dorados de los noventa y principios de los dosmiles, esos años de boy bands, dibujos animados las mañanas de fines de semana y veneración a la “Encarta” como fuente principal de la sabiduría del Universo. Y llegamos a la mayoría de edad, y la sobrepasamos, y ahora qué.  ¿Y ahora qué?

Dicen de nosotros que no tenemos término medio: que o somos unos “ni-nis” sin oficio ni beneficio empeñados en ejercer de parásito oficial de la familia hasta que papá y mamá se cansen y no tengamos más remedio que ensuciar nuestras delicadas manos malcriadas haciendo hamburguesas en el restaurante de comida rápida de turno, o somos unos pesados sobrecualificados a los que nadie quiere contratar porque somos cultos y leídos y no vaya a ser que tengamos los dos dedos de frente necesarios para darse cuenta de que currar 10 horas al día seis días a la semana por el salario mínimo es esclavitud. Sin cadenas pero con contratos temporales. O sin contratos.

Dicen que en el fondo deberíamos agradecer, tal como están de chungas las cosas, el mero hecho de poder dar nuestros primeros pasos en el mercado laboral, aunque sea con horarios de mierda, sueldos de mierda, períodos de estancia gratis en las empresas “para aprender” o curros que no tengan absolutamente nada que ver con aquello para los que nos hemos preparándonos. Y ojo, que socialmente queda muy mal esto de quejarse de esta manera. “Que te pueden las soberbias”. “Que uno tiene que empezar desde cero”. “Que no sois tan importantes como pensáis, ni estáis tan bien preparados como creéis, ni merecéis tanto reconocimiento como tenéis metido en la cabeza que merecéis”. Perdonen, pero “empezar desde cero” es eso, empezar desde cero, no empezar resbalando cuesta abajo por los números negativos. Querer unas condiciones de salario y empleo que nos permitan ejercer nuestros derechos incuestionables a la vivienda, la comida y la VIDA no es soberbia, es el autorrespeto más básico que existe.

Dicen que somos unos quejicas. Que siempre nos lo dieron todo hecho, y entonces, al llegar a ese momento de la vida en que las facturas pasan a ser algo más que esos sobres feos que llegan cada mes al buzón, no sabemos afrontarlo como “auténticos” adultos. Dicen que protestamos por todo. Que no estamos contentos con nada. Lo cual es paradójico, porque también se nos tacha de pasotas. De que nos la suda la política, el mundo, el futuro; en general, todo lo que no sirva para satisfacer nuestras eternas necesidades hedonistas y egocéntricas. De que en realidad nuestras quejas son por vicio, que a la hora de la verdad no movemos un dedo para cambiar aquello con lo que estamos disconformes. Que con darle a “asistiré” al evento de una manifestación en Facebook ya creemos que hemos cumplido nuestro cupo de solidaridad diaria.

Pues no, señores. No discuto que no haya gente pasota, que la hay, de todas las edades y generaciones. Tampoco discuto que haya mucha gente que sea mucho de boquilla, y luego abres el periódico y ves porcentajes de abstención en elecciones cada vez más altos. ¿Pero que somos una generación despreocupada? Para nada. Que, precisamente, esas redes sociales que tanto se demonizan las utilizamos en muchos casos para movernos, criticar, actuar, hacer ruido. Que llenamos las calles en cada manifestación. No somos la “generación adormecida”. Somos todo lo contrario.

Somos la generación perdida. La generación indignada. La generación emigrante. La generación con ganas de comerse el mundo, a pesar de que la mayoría de las veces el mundo se nos acaba por comer a nosotros.  La Y que hay que despejar de la ecuación. La generación con el futuro más negro que se recuerda en muchos años. Y sí, una de las generaciones más explotadas, infravaloradas, subestimadas e incomprendidas de la Historia reciente. Heredamos de nuestros predecesores hasta las siglas: JASP. Para ellos significaban Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados. Para nosotros, que aunque nos pinten como poco más que unos mequetrefes ignorantes obsesionados con el número de “me gusta” que han conseguido en su último selfie, estamos la hostia de preparados, significan otra cosa. Significan Jóvenes… Aunque Sobradamente Puteados.