sábado, 28 de junio de 2014

Sota, caballo y...

A mí la abdicación del (ahora ex -) Rey me pilló de camino a un examen, como a tantos y tantos otros plebeyos los pilló currando.
Las reacciones fueron de lo más variadas: unos, con pena porque llegaba a su fin su etapa de groupies de Juanca, que fue un Rey muy campechano, muy bueno, muy calmado, muy poco corrupto, muy poco gandul, muy poco cazador de elefantes y demás fauna, muy buen líder de la Transición hacia la democracia (a pesar de ser haber sido colocado por un dictador, ¡qué cosas!), muy sereno en el 23-F, acontecimiento que no fue, para nada, un instrumento diseñado para ensalzar la vida y milagros del por aquel entonces principiante Juanca. Otros, ilusionados porque se acercaba su etapa de groupies de Felipe (bueno, suelen ser los mismos de antes).  Y una mayoría (los titulares de los periódicos más importantes discreparían, peeeeero…) hasta la mismísima coronilla de una institución parasitaria, que vio ese 2 de junio como el comienzo de un viaje hacia la recuperación de una forma de gobierno robada vilmente al pueblo que la eligió democráticamente, por las mismas manos que coronaron a Juanca. (Parece un thriller malo, pero es la realidad en la que vivimos).
También hay gente que dice que, bueno, como el Rey es básicamente una figura simbólica, que daño no hace, y además como es tan majo y campechano, estorbar no estorba y para qué marear el status quo, con lo bien que le está funcionando a algunos. Pues bien, como Jefe de Estado, el Rey tiene teóricamente, entre otros poderes, el de sancionar y promulgar las Leyes, convocar y disolver las Cortes Generales, expedir los decretos acordados en el Consejo de Ministros, la inviolabilidad legal de su persona… Eso, por lo menos en mi pueblo, se llama “cortar el bacalao”. Figura simbólica o no, nadie nos ha preguntado si queremos pagarles a este señor y sus numerosos familiares el chalecito, el yate, las vacacio… Bueno, ese período del año en el que hacen lo mismo que durante el resto del año, es decir, vivir la vida con el dinero de la plebeyada,  pero en un lugar soleado y turístico. Lo más gracioso es que toda esta vidorra se pasa de padres a hijos cual enfermedad hereditaria. Literalmente, de padres a hijos varones, porque, por si no era lo suficientemente medieval todo, cuando el Rey abdica el trono pasa por defecto a las nalgas de su primer hijo varón (en el caso de Felipe, el único), porque parece ser que con el pene vienen incorporados superpoderes para reinar o algo.
Una persona educada y preparada en este siglo tendría que rechazar por principio cualquier forma de sumisión de un ser humano a otro, y más si dicha sumisión se basa en el vientre del cual haya salido cada uno. La monarquía, le pese a quien le pese, es una institución rancia, retrógrada, machista y totalmente anacrónica en una sociedad cuyos pilares fundamentales se asientan en el evidente, sencillo y hermoso hecho de que todos somos iguales en derechos y deberes, y que ninguna diferencia de sexo, color de piel, nacionalidad, cultura o apellido es suficiente para quebrantar dicho concepto, la base de todo sistema democrático que se precie.
Hoy en día, ante la más mínima llamada al sentido común y a la compasión que como seres civilizados se nos presupone mostrar para con nuestros congéneres, ya se hace uso de esa palabreja tan utilizada para atacar la opinión de nuestros contrarios: demagogia. Y vamos a ver, es que demagogos somos todos a ojos de aquellos con diferentes opiniones a las nuestras. Uno siempre encuentra motivos en los argumentos de su rival para tacharlo de intentar “ganarse el favor popular mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos”, porque lo que se podría definir como “una manipulación sentimental para hacer parecer válido un argumento” varía según los valores e intereses personales de cada uno. Para mí, por ejemplo, decir que es una barbaridad desmesurada gastarse semejante millonada en la famosa Coronación habiendo familias muriéndose de hambre en la calle de al lado NO es demagogia, es un hecho tristemente verídico, e intolerable en cualquier régimen que se quiera hacer llamar “democrático”. Oh, ingenua de mí, que estoy convencidísima de que es inenarrablemente injusto  permitir que se destine tamaña cantidad de dinero a una ceremonia a mayor gloria de un señor que ha hecho para estar ahí exactamente lo mismo (más bien menos) que tantos otros millones de españoles en vez de a alimentar y mantener a una familia a la que un sistema opresor y totalitario ha privado de sus más básicos Derechos Humanos.
Y sí, hablemos ahora de la Coronación. Menudo follón, ¿eh? Cualquiera diría que Madrid estuviese bajo amenaza terrorista. Porque semejante parafernalia, a mí que no me fastidien, no es normal. 120 francotiradores (supongo que fueron entrenados siguiendo la estela de Juanca y Froilán) apuntando al populacho desde los tejados, y un porrón de fuerzas de seguridad a pie de calle. A mí, qué queréis que os diga, me parece altamente ofensivo hacia la población, como dando por supuesto que TODOS son terroristas en potencia (¿dónde carajo está la “presunción de inocencia”?). Si estuviesen tan seguros de que el pueblo ama la monarquía, de que ama al nuevo Rey y de que besa el suelo por donde pisa, entonces no tiene ningún sentido que pusiesen tantas medidas de seguridad, ¿no? Es como decir: “Bueno… los súbditos nos adoran pero por si acaso, sólo por si acaso, vamos a recordarles que tienen que sonreír y babear a nuestro paso poniéndoles a una fila de francotiradores apuntando hacia ellos en el tejado de enfrente. Que la gente es muy despistada”.
¿Y qué me decís de la violencia policial contra aquellos criminales que cometieron la tremenda indecencia de, ¡¡oh!!, salir con banderas republicanas a la calle? ¿Llevar en la solapa un pin de la República (sí, hubo gente a la que se le impidió el paso por eso)? Muy frágil tiene que ser un sistema para que se vea amenazado por un trapo pintado de colores. Si yo ese día hubiese salido a llevar a la tintorería una sábana desteñida que casualmente estuviese coloreada de rojo, amarillo y violeta, ¿me hubiesen detenido también?
 Y ojo, que como ahora está muy de moda, lo vintage, también se seguía esa moda de por allá por el 1936 de detener a gente por gritar la semejante herejía que es “¡Viva la República!”. ¿Es que acaso cualquiera de esas personas, los que llevaron banderas, insignias, los que expresaron libremente su opinión totalmente democrática y válida de preferir la República en lugar de esta gañanada rancia y ladillosa que es la monarquía, cometió algún acto de violencia? ¿Atacó a alguien? ¿O es que ahora el derecho a la libre expresión es ejercer la violencia? Ahí no vi  más violencia que la opresión física y psicológica de los cyborgs disfrazados de fuerzas de seguridad. Francamente, no se me ocurre una expresión más clara de terrorismo.


PD: Venga, va, no podía acabar esta entrada sin decirlo: ¡VIVA LA REPÚBLICA!


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